NaturalMente6

7 n atural mente 6 ç sumario del carnotauro, pero no paraba de comer plantas. Me parecieron inofensi- vos. Como el bosque era muy grande, decidí echar un ojo a un mapa que estaba en el suelo. En el mapa estaban señalados unos tres dinosaurios que nos podrían ayudar. El camptosaurio se que- dó allí comiendo, pero el tigre se vino conmigo. ¡A lo mejor me había cogi- do cariño! En la sala donde nos encontramos al carnívo- ro, había otros dinosau- rios, con armas perfectas para la batalla. Un Triceratops y un estegosaurio. Eran enormes. El Triceratops tenía tres cuernos en la cabeza y el estegosaurio tenía pinchos en la cola. Nos siguieron. Aunque no nos encon- tramos con el camptosaurio me sentía mucho más seguro. Tenía dos dinosaurios para derro- tar al carnívoro, pero había uno más. Según el mapa se encontraría en la entrada del museo. ¡Era el dinosaurio más grande de todos! Era un Diplodocus . Medía 2 metros de altura y tenía unas patas como columnas. Pero en ese mo- mento llegó el camptosaurio. Tenía los dientes manchados de sangre y me temía lo peor. El pobre camptosaurio había muerto a manos de ese asesino. Los otros dos dinosaurios iban perdiendo la batalla. Entonces se me ocurrió una idea genial. Subí al piso de arriba y fui a la sala de los meteoritos. Pensé en coger uno y tirarlo por el balcón. Pero de repente todo volvió a la normalidad: los dinosaurios se volvieron esqueletos, el Ar- chaeopterix y el bosque se fosilizaron y los huma- nos aparecieron. Sólo había un animal que no se fosilizó: el tigre de dientes de sable. Me despedí del tigre y volvimos a casa, aunque me quedaba con ganas de regresar para vivir nuevas aventu- ras. Alberto Rollón Rodríguez Segundo puesto categoría infantil ‘Mi primera visita al Mu- seo de Ciencias Natura- les’ Era un sábado por la mañana en mi primera visita al museo. Mientras iba con mis padres, me perdí. Había menos gente de lo normal. Camina- ba por el museo, preocupado. Y cuando llegué a una sala, un carnotauro me encontró. Yo estaba muerto de miedo. Intenté buscar a los agentes de seguridad, pero no en- contré ninguno. Estaba acorralado. Decidí correr hacia otro sitio, desesperado por encontrar a alguien. Iba tan rápido que parecía que volase. ¡Y vo- laba de verdad! Estaba tan asustado que no me di cuenta de que estaba cabalgando sobre un Archaeopterix , la primera ave conocida. El Ar- chaeopterix solo podía planear. Sabía que ate- rrizaría pronto. Estaba tan contento que no me di cuenta de que el carnotauro nos perseguía. Me escondí en el único lugar donde no po- dría entrar: en la sala de los árboles fosilizados. Pero no estaban fosilizados… me encontré en un verdadero bosque de helechos primitivos. Me resguardaba entre la maleza, rezando para que no me encontrara. Presentí que no estaba solo. Entre las plantas había otras criaturas muy distintas: un camptosaurio y un tigre con dien- tes de sable. El camptosaurio era del tamaño

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