NaturalMente 30
13 n atural mente 30 ç sumario Suscríbete Consulta aquí todos los números de NaturalMente Junio 2021 agujerean el suelo y levantan polvo, que dañan la piel y la cabeza, y que acaban por convertir- se en una riada loca, que tras meses de sequía sofocante, como una catarsis bíblica, como una bacanal meteorológica, arrastran, sin obstáculo que lo impida, tierra, ramas y piedras, basura y suelo fértil, insectos y vertebrados, vehículos y rebaños, y a veces también, algún ser humano. Esas gotas frías y salvajes que, durante siglos, han horadado el paisaje, dejando su entrañas vi- sibles, desnudas, impúdicas, cuarteadas: una clase magistral de estratigrafía, una anatomía geológica a cielo abierto. Así es mi desertus : un lugar al que vengo a no oírme, a no hablarme; tan sólo a mirarme. Sin apenas conseguirlo. Pero un viernes de septiembre viajaba yo, solo y sin rumbo, por España. Era media tarde. Bajo la sombra de un molino de Criptana decidí concluir un viaje que años atrás, sin yo saberlo, ya había iniciado. Era mi viaje por los desiertos de España. Ya conocía Tabernas, en el desierto de Almería. Barrancos despoblados, charcas salobres, vege- tación sedienta. Un lugar exótico que allá en los felices sesenta sirvió de escenario para los wés- terns italianos. Una industria que aún permanece, en un escenario bellísimo y extraño. Un desierto que se extiende hasta el mismo mar, en el Cabo de Gata. Una costa casi virgen; pedregosa y volcánica. Con sus palmitos siempre verdes, que peinan la brisa con sonido sesgado. Con humildes azucenas de mar, que asoman, es- trelladas y blancas, tan sutiles como descaradas, entre las dunas, contrastando con los tempera- mentales azufaifos, ramnáceas furiosas del de- sierto, rosales viriles de ramaje intrincado, que como una alambrada, defienden de invasores su fruto rojizo y rugoso, crujiente y amanzanado. También conocía Gorafe, en Granada, y sus barrancos rojos, que traen a la memoria aque- llos desiertos norteamericanos. El paraje de “los Coloraos”, con sus preciosas murallas de arcilla y sus laderas de esparto. Con sus veranos de so- foco y sus inviernos nevados. Y la ciudad de Guadix, con su curioso barrio troglodita: un cuento de hadas y duendes. Un lu- gar extraordinario. Un paseo entre calles que, a veces, son tejados. Con casitas enterradas hasta el cuello. Entre chimeneas encaladas, ventanas di- minutas y coladas de ropa blanca. Ya conocía las tierras áridas del sureste peninsu- lar; la costa virgen de Bolnuevo, en Murcia. Sus ca- las solitarias, sus bolagas y espartos, sus romeros y cornicabras, sus gredas fantasmagóricas, sus ca- minos polvorientos y sus acantilados quebrados. Desierto de “Los coloraos” en Go- rafe, Granada “Una clase magistral de estratigrafía, una anatomía geológica a cielo abierto. Así es mi desertus . Un lugar al que vengo a no oírme, a no hablarme; tan solo a mirarme. Sin apenas conseguirlo”
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