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naturalmente@mncn.csic.es www.naturalmentemncn.org

¿Qué hace donAlonso Quijano, el Quijote, en el

Museo Nacional de Ciencias Naturales?

Quizás no sean pocos los que se hayan hecho

esta pregunta al ver una exposición dedicada a

nuestra más grande obra literaria de todos los

tiempos, en el Museo.

Pues bien, la respuesta está en una letra, la “C”.

Porque que este año se celebra el Cuarto Cen-

tenario de la muerte de Cervantes es de sobra

sabido por todos; lo que quizás pase algo más

desapercibido es que de las aventuras de nuestro

Caballero andante se desprende otra importante

“C”: la Ciencia.

A primera vista es difícil relacionar la ciencia

con el

Quijote

.Y no, no es que nuestro hidalgo fa-

vorito sea un gran científico; en realidad ni gran-

de ni pequeño, porque no es esa la cuestión. El

hecho es que si volvemos a leer con otra mirada

esta obra, abiertos a la captura de nuevas per-

cepciones, nos daremos cuenta de que contiene

numerosas citas que, en su conjunto, nos permi-

ten construir una imagen, no sólo de Cervantes,

de su cultura y su modo de pensar, sino también

del panorama científico-tecnológico de la épo-

ca en que estaba viviendo mientras escribía su

novela.

Ese tiempo de Cervantes fue el del Renacimien-

to, el de la ebullición de ideas y conceptos, el de la

fascinación ante nuevos continentes, el de la tran-

sición hacia la Ciencia Moderna. Y gracias a ese

gran invento que fue la imprenta Cervantes leería

libros, libros de revolucionarios naturalistas, geó-

grafos, médicos, astrónomos y un largo etc. ajenos

a la gran influencia que sus conocimientos ten-

drían sobre nuestro autor y, por ende, sobre las

aventuras de nuestro caballero andante.

Así, a través de un bello diálogo entre el saber

científico y el popular, nos damos cuenta de cómo

en el

Quijote

hay piojos que “desaparecen” cuando

uno cruza la línea del Ecuador, aves-murciélago en

Montesinos, azores, halcones, águilas reales o cer-

nícalos lagartijeros empleados por la nobleza en la

práctica de la cetrería, cigüeñas, grullas, hormigas y

elefantes de los que “...hemos aprendido muchas

cosas de importancia...”, leones, cebras y un largo

etc. entre los que sobresale la figura de Rocinante,

compañero fiel de aventuras de nuestro protago-

nista.

A través de los ojos de don Quijote, que no son

más que los ojos de Cervantes, vemos encinas, al-

cornoques, retamas…referencias botánicas típicas

del paisaje mediterráneo, o no, porque ya sabemos

que nuestro excéntrico protagonista, en su loca

sabiduría (¿o en su sabia locura?) va fabricando

escenarios literarios a la altura de su imaginación,

paisajes a medida.

Y, dentro de este maravilloso caos, una pre-tec-

nología popular de la época en la que las fuerzas na-

turales son grandes protagonistas. El viento mueve

gigantes y el agua teje y muele la harina, todo ello a

través de molinos, estruendosos batanes y aceñas.

Y, por encima de todo, “el perpetuo descubri-

dor de los antípodas, hacha del mundo, ojo del

cielo…” de día, y la “luminaria de tres caras” de

noche, bellísimas referencias astronómicas al sol y

a la luna. Incluso Sancho puede leer la posición de

la bocina, que no es sino la Osa Menor, para orien-

tarse y medir el tiempo nocturno.Y todo ello gra-

cias, en palabras del escudero, a “…la ciencia que

aprendí siendo pastor”.

Todo esto y más contiene el

Quijote

. Si, según

nuestro ingenioso hidalgo, “...la caballería andante

es una ciencia […] que encierra en sí todas o las

más ciencias del mundo…” Cervantes, en su no-

vela, lo demuestra con creces.

A través de la exposición

Cervantes, Ciencia en el

Quijote,

que se expuso en el MNCN hasta el 30

de mayo de 2016, no sólo hemos pretendido ren-

dir un pequeño homenaje a nuestro más grande

escritor, sino también haberos animado a volver a

leer el

Quijote

, esta vez sin perder de vista la cien-

cia que discurre por él

n