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n
atural
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ç sumario www.naturalmentemncn.orgA veces creemos que sabemos algo y resulta que no sabemos nada.
Soy de las que saben un poco de todo y mucho de nada. Soy una
gran novata, no en vano me han llamado “La nueva” en el MNCN,
eso sí, una novata con mucha suerte. Una suerte que encontré en
un microuniverso, en medio de la locura desacelerada de este
Madrid veraniego de 2016. Mucho calor, tráfico moderado y el
Museo Nacional de Ciencias Naturales.
El primer día que llegué a hacer las prácticas
en el MNCN- estas siglas se me quedarán gra-
badas por mucho tiempo-, pisé el museo sin ex-
pectativas claras de qué esperaba de este pro-
ceso formativo. Por no saber no sabía ni cuáles
serían mis labores. La sombra de una duda me
acechaba o mejor dicho, no me dejaba en paz:
¿qué relación puede crearse entre una estu-
diante de traducción y las ciencias naturales?
Solo un vago recuerdo de infancia me unía al
museo; una visita a los ocho años y dos imáge-
nes: el elefante disecado y el calamar gigante.
Trece años después me sorprendí volviendo a
pisar las salas del museo esta vez para hacer
unas prácticas en el departamento de comuni-
cación, no sin antes hacer gala de mi particu-
lar sentido de la desorientación y entrar en el
edificio de la escuela de ingeniería. Ya se sabe
que los mejores tesoros siempre son difíciles
de hallar.
Sin duda ha sido una gran experiencia y de
ella extraigo una idea que me absorbe, también
resultante de la esencia del propio lugar. El mu-
seo que he podido conocer entraña una para-
doja, la coexistencia de seres disecados que se
observan a través de las vitrinas de cristal y la
actividad que se desarrolla en los despachos y
laboratorios, aparentemente inapreciable para
los visitantes del museo. Hasta hace poco, yo
era una visitante más que sólo llega a ver lo
evidente pasando por alto gran parte de lo que
pasa tanto en el edificio principal como en el
anexo que todos conocen como “la casita”.
En un oasis verde con estanque incluido, si-
tuado detrás del histórico edificio del Museo
Nacional de Ciencias Naturales hay un jardín
en el que es posible descubrir una caseta de
pequeñas dimensiones camuflada entre el espe-
sor de los árboles de su alrededor. Su existencia
es ajena para los visitantes del museo y solo el
bullicio de los niños del campamento de verano
interrumpe su estado de aparente tranquilidad.
Recalco lo de aparente, ya que dentro el ruido
de teléfonos, el tecleo de ordenadores de forma
metódica e incesante y las puertas chirriantes le
“Durante varias
semanas he
formado parte
de un equipo
encargado de
ser la voz del
museo en los
diarios, las redes
sociales y todos
aquellos que se
interesan por la
ciencia”
Entrada de ‘La Casita’ / Xiomara Cantera