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atural
mente 4
ç sumarioAvutardas, cuidemos la “marca España”
Imágenes) Izquierda: dos hembras de avutarda,
Otis
tarda
. Derecha: dos hembras examinan el trasero de
un macho, para elegir al mejor pretendiente. / Carlos
Palacín
Paseando por los campos castellanos uno no
llega a imaginar las maravillas que se ocultan
entre sus terrones, tras las afiladas espigas de
trigo o en los eriales de equívoco nombre, ya
que evocan tierras sin cultivo, sin riqueza, cuan-
do, bien al contrario, esconden joyas naturales
como las aves esteparias.
Aves desaparecidas de Europa hace más de
doscientos años por una fiebre agrícola que,
surgida de la necesidad de alimentar a una po-
blación creciente, arrasaba las estepas acabando
hasta con la última brizna de hierba. Los culti-
vos y el ganado colonizaban áreas cuya vegeta-
ción había sobrevivido a los cambios climáticos
acaecidos en las dos últimas eras geológicas.
Y qué decir de la caza, que más que una gesta
cinegética era una persecución implacable en
la que se olvidaba que las poblaciones animales
son finitas y que si se traspasa cierto umbral,
las especies desaparecen sin remedio. Ignorar
esto es un suicidio, porque aunque la extinción
es el destino natural de todo ser vivo, esta caza
sin mesura no ha hecho sino truncar de modo
indigno la senda evolutiva de muchas especies.
Pero volvamos al presente e imaginemos una
mañana invernal en un campo cerealista de la
meseta castellana. A lo lejos, agazapadas en el
suelo, se distinguen unas manchas pardas de
gran tamaño que refulgen bajo los tímidos ra-
yos del sol. Son avutardas, las reinas indiscuti-
bles de la estepa. Sus plumas, llenas de escarcha
tras una noche inclemente, han de deshacerse
de esa capa helada antes de empezar a herba-
jar en los campos de alfalfa o en los cereales
reventones.
Ha pasado casi un cuarto de siglo desde que
una decisión administrativa sensata vedó su
caza, cuando los censos arrojaban cifras real-
mente preocupantes. Esta medida, que resultó
todo un acierto, pese a la incomprensión cuan-
do no enfado de muchos cazadores, ha permi-
tido que la población española de avutardas al-
cance un tamaño saludable, en torno a 0.000
ejemplares.
No hay dinero que compre la imagen prima-
veral de un nutrido bando de machos, ufanos
de sus barbas y altaneros en las ruedas, exhi-
biendo orgullosamente su trasero, que cuanto
más limpio y blanco aparece más cautiva a sus
enamoradas.Y hablo de dinero, porque el turis-
mo ornitológico para ver estas soberbias aves
es ya una realidad, una genuina “marca España”.
Y si no que se lo digan a los miles de turistas
británicos y alemanes que nos visitan cada año
para contemplar una especie que ellos añoran.
Carmen Martínez